«En la España de 18o8 hubo, ante todo, un levantamiento popular contra un invasor extranjero, que dio lugar, por la inacción o la complicidad de las viejas clases dirigentes, a la constitución de un poder revolucionario. Pero las propias clases dirigentes tomaron parte en este proceso e impidieron su radicalización. Los diputados más exaltados de Cádiz serán propietarios feudales como el conde de Toreno o sacerdotes como Muñoz Torrero. Hombres que, ante las coacciones de los sectores más retrógrados, se avinieron rápidamente a pactar. Querían cambiar el país, pero no por la violencia, a la manera que en Francia, sino proponiendo soluciones razonables y moderadas, que todos pudieran aceptar. Su reforma era tan prudente y limitada que Argüelles pudo envanecerse de que daba estabilidad a la autoridad real, dejaba a la nobleza "intacta su verdadera propiedad y riqueza, sus títulos, sus distinciones y honores, y con ellos todos los elementos de influjo y consideración", y respetaba al clero "la posesión de todos los bienes llamados patrimoniales de la Iglesia, sus diezmos y su inmunidad temporal".»
Josep Fontana, La crisis de/Antiguo régimen, 1808-1833, Barcelona,1979, p. 18.
Documento 2.
«Napoleón se
vio ayudado en sus proyectos por las luchas palaciegas que merecieron del
propio embajador de España en París, Azanza, el nada diplomático calificativo
de intrigas de putas. Por una parte,
salvo una minoría de clientes y deudos, Godoy suscitaba un odio y un
menosprecio generalizado patente en el apodo de choricero. En cambio, frente a un soberano que desempeñaba el papel
de viejo caduco de la comedia y su
favorito Godoy, el joven Príncipe de Asturias, Fernando, con sus veinticuatro
años, aparecía como la esperanza de cuantos (por motivos muy diversos), soñaban
con mejores tiempos, desde el bracero que pedía pan y trabajo hasta el
sacerdote que reprochaba a Godoy la desamortización de una parte de los bienes
eclesiásticos. Por otra parte, el Príncipe de Asturias desconfiaba (no sin
razón) de la ambición de Godoy. Una situación complicada más aún por las
difíciles relaciones que habían existido entre su mujer, María Antonieta de
Borbón y su madre María Luisa. Reinaba tal desconfianza entre María Luisa y
María Antonieta que llegaron a acusarse mutuamente de intentos de
envenenamiento. Y cuando en 1806 falleció la princesa, Fernando —aconsejado por
su ex-preceptor, el canónigo Escóiquiz— dejó correr la voz de que la muerte era
más que sospechosa.»
Gérard Dufour, La Guerra de/a Independencia, Madrid,
Historia i6, 1989, p. 13.
Documento 3.
El Tratado de
Fontainebleau. Convención secreta anexa
Art. 1. Un
cuerpo de tropas imperiales francesas de veinte y cinco mil hombres de
infantería, y de tres mil hombres de caballería entrará en España y marchará en
derechura a Lisboa: se reunirá a este cuerpo otro de ocho mil hombres de
infantería y de tres mil de caballería de tropas españolas con treinta piezas
de artillería.
Art. II. Al
mismo tiempo una división de tropas españolas de diez mil hombres tomará
posesión de la provincia de Entre Miño y Duero y de la ciudad de Oporto; y otra
división de seis mil hombres, compuesta igualmente de tropas españolas tomará
posesión de la provincia de Alentejo y del reino de los Algarbes.
Art. III. Las
tropas francesas serán alimentadas y mantenidas por la España, y sus sueldos
pagados por la Francia durante todo el tiempo de su tránsito por España.
[...] Art.Vl.
Un nuevo cuerpo de cuarenta mil hombres de tropas francesas se reunirán en
Bayona, a más tardar el 20 de noviembre próximo [...]. Este nuevo cuerpo no
entrará sin embargo en España, hasta que las dos Altas Potencias contratantes
se hayan puesto de acuerdo a este efecto.
[...] Hecho
en Fontainebleau, a 27 de octubre de 1807. Duroc-Izquierdo.»
Fernando Díaz-Plaja, La Historia de España en sus
documentos. El siglo xix, Madrid, Cátedra,1983, pp. 28-29.
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